Hasta el 22 de diciembre | Entrada libre y gratuita
«Allí mis pequeños ojos»
de Guillermo Franco (PB)
«Todo y nada»
de Gisela Volá y Nicolas Pousthomis (1er piso)
«El pulso de la piel»
de Daniel Muchiut. (2do piso)
Curadora Micaela Cartier
Texto curatorial: Rodrigo Alonso
«Conjurar la monotonía de los días»
Desde sus inicios, el desarrollo técnico de la fotografía se basó en el perfeccionamiento de dos aspectos fundamentales: la calidad de las imágenes y el tiempo necesario para obtenerlas. El primero permitió acceder a una representación vívida del mundo; el segundo, a la sensación de poder conservar sus acontecimientos en un presente estático y permanente. Desde entonces, la fotografía construye una relación cada vez más mediatizada y vertiginosa con la realidad y el tiempo, que alcanza su apogeo en las redes sociales contemporáneas, con su urgencia por registrarlo todo, compulsivamente y sin cesar.
Los proyectos de Daniel Muchiut, Guillermo Franco y Gisela Volá/Nicolás Pousthomis existen en una temporalidad muy diferente, de períodos largos, lentitudes y esperas. Muchiut realiza filmes y ensayos fotográficos compartiendo la vida de distintas personas durante tiempos muy prolongados –en general, varios años. Franco cimenta su trabajo en ciertos hallazgos visuales y formales que tardan en aparecer, aun cuando luego se resuelvan de manera instantánea. La propuesta de Volá/Pousthomis es el resultado de 25 años de convivencia, traducidos en postales evanescentes de una temporalidad final anacrónica e imprecisa.
Otro elemento que reúne a estos proyectos es su enfoque en la cotidianidad. Si bien cada uno ofrece una aproximación diversa a ésta, todos extraen su potencia artística de sucesos comunes, acciones del día a día, incluso, de hechos banales o intrascendentes. Los protagonistas de las investigaciones de Muchiut están profundamente determinados por sus condiciones de vida, al punto de que cada elemento de su entorno inmediato es tan elocuente como sus testimonios y actuaciones. En cambio, Guillermo Franco descubre cierta magia en lo habitual y sus relaciones azarosas, a través de una elección muy precisa de los encuadres, las perspectivas y los puntos de vista. En Todo y nada, el proyecto de Volá/Pousthomis, la cotidianidad es materia prima absoluta, aunque en las fotos que lo componen ella aparece transfigurada por la intimidad, la complicidad y los afectos.
Finalmente, podría decirse que en los tres casos emergen relatos más o menos explícitos, aunque de diferentes alcances e intensidades.
Daniel Muchuit elige el formato tradicional del ensayo (fotográfico/cinematográfico), porque es el que mejor se adecúa a su inocultable vocación testimonial. Sus proyectos evolucionan a partir de las historias de vida de personas marginadas, invisibilizadas o simplemente desatendidas por la sociedad. A través de esas historias, el artista no sólo actúa como una caja de resonancia de voces ignoradas, sino que, de manera simultánea, enriquece el entramado mismo de lo social al señalar los agujeros de los “grandes relatos”, las visiones generalistas, los informes burocráticos, las “noticias”. Su gesto político va más allá de la denuncia puntual –aun cuando ésta pudiera existir– para poner de manifiesto hasta qué punto la armonía comunitaria depende de la represión de ciertas historias y realidades disidentes.
Gisela Volá y Nicolás Pousthomis recurren a otro formato tradicional para reunir las fotografías de su proyecto: el fotolibro. En la edición de imágenes que a primera vista no poseen una veta enunciativa fuerte, cobra vida un relato de confabulaciones y contrapuntos visuales que termina de completarse con el dato de los veinticinco años de pareja y trabajo fotográfico que ligan a sus autores. Y si bien Mallarmé sostuvo que “todo en el mundo existe para convertirse en un libro”, las imágenes de Todo y nada parecieran sugerir que la historia vital de sus protagonistas existe –y seguirá existiendo también– más allá de sus páginas.
Las fotos que componen la propuesta Allí mis pequeños ojos, de Guillermo Franco, bucean en otros modos de narratividad. En primer término, muchas de ellas presentan pequeños sucesos que surgen de manera espontánea y, en gran medida, insólita: un pájaro pintado en un autobús se dispone a sumergirse en un cesto de basura, una escultura embravecida amenaza a un muchacho que habla por su celular, una nube parece escapar del interior de un farol urbano… A esto se suma otro propulsor narrativo que se da en la repetición y acumulación de los hallazgos, y que pareciera señalarnos que los supuestos descubrimientos y coincidencias son, más bien, elementos significativos comunes para la mirada atenta.
Tiempo, relato y cotidianidad confluyen en estos tres proyectos ofreciendo una perspectiva radicalmente diferente de la realidad a la que plasman las redes sociales y los medios. Una perspectiva que devuelve el valor al acontecimiento y al instante, para conjurar la (discutible) monotonía de los días.